22 marzo 2014

Las "chicas" de Divito en el Museo del Humor


Por Humberto Acciarressi

No son muchos los personajes de la cultura argentina que sean más atrayentes que Guillermo Divito. Y eso teniendo en cuenta que nuestro país ha dado pintoresquismo en cantidades mayúsculas, e incluso sirvió de asilo a decenas de extranjeros con atributos excéntricos. Pero la biografía de este historietista impar es digna de una película, o más precisamente de un buen guionista. Divito fue, casi desde sus inicios, famoso por las pibas que dibujaba. Y fue precisamente eso lo que lo puso en problemas siendo muy joven. Todavía en la prehistoria de su larga carrera profesional, cuand tenía todo por ganar, se fue de la "Patoruzú" de Dante Quinterno -que entonces vendía 150.000 ejemplares- porque éste le criticó el largo de las polleras de sus "chicas". Lo trataron de loco y de tirar una profesión por la borda, ya que trabajar al amparo del genio del creador del indio más famoso de los cómics no era poca cosa. Pero Divito no andaba con vueltas. Con el entusiasmo de los predestinados, el 16 de noviembre de 1944 sacó a la calle su propia publicación: "Rico Tipo". La historia del periodismo es dinámica: en poco tiempo, la revista de Divito vendía 300.000 ejemplares semanales.

En ese nuevo marco, y sin nadie que le indicara cómo dibujar el largo de las polleras o la sensualidad de sus siluetas, sus "chicas" se hicieron famosas y devinieron en patrón estético de las porteñas. Caracterizadas por sus cinturas inverosímiles en la estrechez, sus mechones de pelo suelto, sus polleras cortas e insinuantes, sus tobillos insignificantes, ese toque sensual fue escandaloso para otros editores de la época. Las mujeres de la calle, sin embargo, se lanzaron a copiarlas. Sin distinción de clase social. Las casas de modas ponían avisos en la revista y el propio dibujante las ilustraba. Pocos personajes de historietas saltaron con tanto entusiasmo del papel a la realidad. La afirmación de Oscar Wilde -"la naturaleza imita al arte"- cobraba sentido en la capital argentina. Casi era imposible no ver en la calle una joven y no tanto que no se vistiera como las "chicas" del dibujante.

Si los tangos de Enrique Santos Discépolo y la literatura de Roberto Arlt recrearon los años de la depresión económica, los personajes de Divito -y entre ellos sus chicas - encarnaron las peculiaridades de la Buenos Aires de posguerra. Son pocos quienes han conseguido interactuar desde el papel con la realidad con mejor compenetración. Hay que agregar que Divito no era "una rata de biblioteca". Muy por el contrario. Fue un viajero infatigable y casi no dejó lugar sin visitar. También fue un gastrónomo frugal, pero eso lo compensaba con los litros de whisky que tomaba, acompañándose con una pipa que no terminaba nunca. Fue, además, un empedernido amante del jazz y de la velocidad. Un dandy en todo sentido, con el aire del Isidoro Quiñones de su maestro Quinterno. Esa pasión por el vértigo fue su vida y fue su muerte. El 5 de julio de 1969, el Fiat que conducía en una ruta brasileña se estrelló contra un camión. Su revista, ya anacrónica por esos años de nuevas estéticas y de psicodelia desenfrenada, lo sobrevivió mala y milagrosamente tres años.

Guillermo Divito es mucho más que las lindas pibas que sacaba de su galera de retratista. La glotona Pochita Morfoni, el canalla Fallutelli, el ingenuo Bómbolo, el temido Fúlmine, el esquizofrénico Dr. Merengue, pueden mencionarse entre sus personajes más famosos. Son sus "chicas", sin embargo, quienes atravesaron la barrera del tiempo. Las mismas que podrán visitarse en el MuHu-Museo del Humor (Avenida de los Italianos 851, Costanera Sur), dependiente del gobierno porteño, a partir del próximo sábado a las 12. Con el título obligado de "Chicas de Divito" y originales de la revista Rico Tipo pertenecientes a la colección del Museo del Dibujo y la Ilustración, quienes no vivimos en esos años nos podremos adentrar al abrigo de la nostalgia por esa Buenos Aires del 40 y del 50. Por suerte, los dibujos de Divito -como todo gran arte- son disparadores de esas ceremonias del recuerdo, aún cuando esas evocaciones pertenezcan a un pasado no vivido.

(Esta columna fue publicada en el diario La Razón y también podés leerla acá)