01 noviembre 2013

Cuando llega la lluvia tan temida...


Por Humberto Acciarressi

Hubo un tiempo, aunque usted no lo crea -en el decir de Ripley- en el que la lluvia era esperada con entusiasmo por todo el mundo. No importaba si era en invierno o en verano, lo real es que el golpetear del agua en los tejados, ver correr las hojas mojadas por la calle, acurrucarse en la cama para mirar una película comiendo tortas fritas mientras la garúa limpiaba las paredes, era algo agradable. No es casual que los poetas, sean del verso o de la música, le hayan dedicado centenares de temas a la lluvia y sus circunstancias. El cine, amigo de las nostalgias y el romanticismo, le consagró varias películas, incluyendo -claro- la famosa "Cantando bajo la lluvia".

Pero los tiempos cambiaron. El calentamiento global, las películas-catástrofe, los alertas meteorológicos, las sensaciones térmicas y esas leyendas urbanas como el granizo o los tsunamis (de acuerdo a las regiones), se convirtieron en realidad. Todo se fue dando tan gradualmente que casi ni lo notamos, aunque sus consecuencias comenzaron a golpear feo en las ciudades y en los campos. Las inundaciones ya son el pan cotidiano, y no precisamente en las áreas costeras asiáticas, sino en ciudades que nunca habían padecido desastres climáticos. Hay, incluso, sitios en los que se va de las sequías a las aguas cubriendo los techos de las casas.

Y la ciudad, nuestra ciudad, y las zonas del conurbano bonaerense, se volvieron un territorio peligroso. Ya nadie se pone contento con una lluvia que, para colmo, los canales televisivos anuncian con morbosidad como la antesala de un nuevo diluvio universal. Las personas andan con cara preocupada, sospechando que se le caerá el techo, que el agua le subirán por las cloacas, el granizo le arruinará los automóviles, y si anda con suerte no se caerá en un pozo o un poste de electricidad no lo convertirá en una garrapiñada. Obviamente, éstas son apenas impresiones escritas al pasar, mientras de reojo uno mira al cielo como si fuera su peor enemigo. Los antiguos escribieron decenas de hermosas leyendas basadas en desgracias vinculadas con el agua. El progreso trajo que uno las ubicara en su justo término: el de los mitos. Sin embargo en estos días, aquello que relataban nuestros antepasados lo sentimos más cerca que la felicidad de un Gene Kelly bailando y cantando bajo la lluvia en una calle de Broadway.

(Publicado en el diario La Razón, de Buenos Aires)