04 junio 2013

Juguetes para que la guerra te resulte simpática


Por Humberto Acciarressi

En la actualidad, cuando el juguete tradicional ha pasado a ser una nostalgia y los nuevos se descargan de la web con los contenidos más estrambóticos, cada tanto alguna ONG salta con los tapones de punta por la aparición de un supersoldado especializado en matar iraníes, o una tribuna llena de gente que aplaude cuando a un palestino le cortan la cabeza con una cimitarra virtual.

La sangre, las heridas abiertas como rosas, los gritos y el chillar de las ametralladoras son apenas algunas de las cosas más comunes en estos juegos en los que incuban su niñez los asesinos seriales del mañana. Antes era un muñequito de John Wayne matando a un indio, ahora un terminator sumando puntos y bonus tracks por cada sirio pasado a deguello.

Actualmente, una muestra en Londres permite verificar que los juguetes de antaño tenían lo suyo en materia de sordidez. Por ejemplo, en el Museo de la Infancia, puede apreciarse "La limusina del Fürher", en la que Hitler marcha rumbo al frente en un vehículo que también lleva a otros jerarcas nazis. Lo curioso es que este juguete fue construido por una empresa cuyos dueños eran judíos y que, ya comenzada la guerra, debieron escapar a Londres. También puede verse uno que tiene por título "La muerte del soldado francés", a préstamo de un museo de Nürenberg. En él se ve a un soldado germano de la Primera Guerra Mundial a punto de matar a uno de la Francia aliada contra el imperio alemán.

Uno de los juguetes más horrendos es el llamado "El juego de la bomba atómica". Comenzó a comercializarse apenas seis meses después que el ejército estadounidense arrojara las bombas nucleares sobre la ciudades niponas de Hiroshima y Nagazaki. El chiche con el que se entretenían los que unos años más tarde estarían tirando napalm en Vietnam, consistía en una pequeña caja en donde los niños tenían que embocar las "bombas", pequeñas bolitas de mercurio. "Derriba a un japonés" es otra de las "joyitas" de estos enfermos. Es un juego de dardos en el que el chico suma puntos con cada japonés que logra agujerear. El juguete se fabricó en Estados Unidos en plena guerra. Luego vinieron las Barbies.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)