07 diciembre 2012

Buenos Aires y conurbano, película catástrofe


Por Humberto Acciarressi

El cine de Hollywood nos ha acostumbrado a las peores catástrofes, en las más variadas estéticas, y sobre los asuntos más diversos. Buehh. Lo que ayer pasó en Buenos Aires superó largamente cualquier film de los pagos californianos. Apenas pasadas las nueve de la mañana, sin esa previa tediosa de las películas, los porteños nos enteramos que una nube tóxica avanzaba desde la zona de contenedores del puerto ¡¡¡Una nube tóxica!!! Inmediatamente, el tema se convirtió en TT de Twitter y los canales no sabían qué informar.

Eso sí: había que ponerse un plástico sobre el cuerpo, lavarse bien, usar barbijos, no salir de la casa, cerrar puertas y ventanas. Los piolas de siempre comenzaron con la venta de barbijos... ¡¡¡a 50 pesos!!! Relocos los que vendían y los que compraban. La Guerra de los Mundos se había desatado y nadie sabía si la nube tóxica vendría acompañada de mutaciones. Resident Evil y sus secuelas fílmicas, y Buenos Aires convertida en Raccoon City.


En medio de la hecatombe en ciernes, con la gente haciendo chistes sobre las profecías mayas, se largó a llover tímidamente. Pero la lluvia en Baires hace rato que no se anda con chiquitas, y al rato ya habían caído más de 112 milímetros en promedio. La nube tóxica en el cielo, y el agua por las rodillas en las calles porteñas y del conurbano. Para colmo, algunos de los "expertos" mediáticos aseguraban que el agua y el compuesto químico, uno junto a otro, era una especie de síntesis que podría hacer que Chernobyl se convirtiera -al lado de Buenos Aires- en una fiesta de disfraces. Mientras, en las reparticiones públicas, ya casi no quedaba nadie, porque los jefes habían evacuado a la gente, casi al mismo tiempo en que las autoridades recomendaban que se quedaran en espacios cerrados.

Con el humo difuminado en el agua, el temporal transformando a Baires en una Venecia americana, tipos navegando en bote por la avenida Cabildo, dos inconscientes arrastrando un coche del que sólo se veía el techo por la calle Mitre de Avellaneda, la gente quería -aunque sea- ir a morir a sus casas. Imposible. Los subtes no funcionaban, los taxis te pasaban como estación chica, los colectivos no abrían las puertas y las colas llegaban a una cuadra con gente que se veía obligada a comprar paraguas a precios de gargantillas de plata y oro. El verso discepoliano "cachá el bufoso y chau, vamo´ a dormir" me pasó por la cabeza, pero la pulsión de vida fue más fuerte. Caminé en medio de una multitud mojada y temerosa por calles sin semáforos, dado que ya habían cortado la luz en casi toda la ciudad. Cuando escribo estas líneas aún no terminó el día. No me da vergüenza confesar que toco madera.

(Publicado en la columna de opinión de la sección Ciudad, de La Razón, de Buenos Aires)