16 junio 2012

Duerme con su marido muerto en un panteón


Por Humberto Acciarressi

Horacio Quiroga la hubiera llamado una historia de amor, locura y muerte. Y es justo en los pagos por los que anduvo el escritor, Misiones, que tienen lugar estos raros acontecimientos. En el cementerio de la localidad de Dos de Mayo, hace un par de años, fue enterrado un suicida, un tal Sergio Raneé Yede. Su viuda, Adriana Villareal, le construyó un panteón, o mejor dicho todos creyeron que lo levantó para el finado. Nadie imaginó que se estaba construyendo un bulín para ella.

El asunto es que al poco tiempo, la mujer ya estaba instalada en la bóveda que lo único que tenía de mortuoria era el fiambre del tal Sergio. El resto es una casita habitable y nada humilde. Al punto que la viuda se hizo instalar una cocina con gas, electricidad (con medidor incluido), televisión, computadora, una cama, sillas y todo tipo de enseres. De adorno, el marido muerto en una caja de vidrio. Lo que no sospechaba fue que una de sus pasiones, la música, le iba a costar cara.

Lo bizarro es que los vecinos no denunciaron que una señora vivía en un mausoleo, ni que se paseaba de noche entre las tumbas. Ni siquiera se imaginaron un fantasma errático y triste colgado de nuestra dimensión, para utilizar lenguaje espiritista. Nada de eso. La mujer fue denunciada por ruidos molestos, que es lo mismo que a un tipo que anda a los tiros en un colectivo lo bajen porque no tiene boleto. Y no eran ruidos de cadenas ni puertas crujientes, sino música a todo trapo. Especialmente cumbia.

Naturalmente la fueron a desalojar. La mujer, que salió de la bóveda y los atendió en pijama, les dijo que estaba radicada alli desde hacía bastante, que nunca tuvo problemas, que ponía la música que le gustaba al muerto, y que le daban miedo los vivos y no los finados. Se informa que luego fue a la municipalidad a averiguar el horario de visita al cementerio. En lo que a mí respecta, casi no tengo dudas sobre los motivos del suicidio del pobre tipo. Y naturalmente, todo parece indicar que esta historia recién comienza.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)