06 julio 2011

Un asqueroso se comió 62 panchos en 10 minutos


Por Humberto Acciarressi

Es californiano, tiene 27 años, pesa 98 kilos y -diagnosticado o no- padece una severa enfermedad mental: está loco. Porque hay que estarlo para comerse 62 sandwiches de salchichas en diez minutos. Pero el estadounidense Joey Chestnut ya es un viejo conocido en la materia. De hecho, es el ganador por quinta vez consecutiva de este concurso para descerebrados que se lleva a cabo todos los 4 de julio en Coney Island, en el sur de Brooklyn.

Luego de someter su cuerpo -especialmente su estómago- a proeza tan innecesaria, el comedor de panchos encima se mandó la parte: "Vine para ganar e hice lo que tenía que hacer", señaló adelante de valientes periodistas que se mantenían -no sin temor-frente suyo. Especialmente cuando los hombres y mujeres de prensa vieron como Joey se tomaba un medicamento para combatir la indigestión. Este torneo para gente tan deficiente data de 1916 y la leyenda sostiene que se realiza porque cuatro inmigrantes querían determinar cuál era el más estadounidense. Vaya a saber por qué asociación, se pusieron a comer panchos como enfermos. Y así continúan hasta el día de hoy.

Claro que los tiempos han cambiado y ya se han acortado las diferencias de género incluso en las imbecilidades más sublimes. De tal forma, al concurso se le ha añadido un item para las damas. Una de ellas llamada Sonya Thomas y apodada "La viudad negra", se quedó con la copa de la categoría luego de haberse manducado cuarenta panchos en diez minutos. Naturalmente que a esta mujer conviene invitarla a un viaje al Mediterráneo, que siempre costará más barato que llevarla a comer. "Yo te llevo al Mar Egeo, pero la vianda llevala vos", es lo menos que este observador le diría a Sonya. De pronto tuve una imagen: el hombre y la mujer, los dos ganadores, cenando juntos. No puedo poner en palabras la repugnancia que me causa. El se come 6, 2 panchos por minutos. Ella, 4 en el mismo lapso. Agarrá un reloj y hacé la prueba. Después me contás.

(Publicado en la columna "El click del editor", de La Razón, de Buenos Aires)