02 febrero 2011

El chimpancé Ham en el espacio sideral


Por Humberto Acciarressi

A comienzos de la década del sesenta, el chimpancé Ham no la pasaba muy bien. Había nacido en 1957, y en lugar de comer bananas, rascarse la cabeza y mirar todo con cara de nada, estaba en una base aérea de los Estados Unidos recibiendo descargas eléctricas si no hacía lo que querían sus captores. Lo estaban preparando para un viaje al espacio y obviamente ignoraba que en vuelos bastante menores, el mono Albert había muerto sofocado, Albert II y Albert IV al estrellarse sus cohetes, Albert III al explotar éste en el aire. A Albert V, el único que atinó a hacer algo, no se le abrió el paracaídas y se convirtió en tortilla de mono. Albert VI y los once ratones que componían su tripulación, llegaron y murieron a las pocas horas. No gozaron la fama. Igual suerte corrió el mono ardilla Gordo.

Con los antecedentes de sus primos los macacos, la suerte del chimpancé Ham no pintaba bien. Si hubiera tenido dos dedos de frente, se hubiera rajado lo más lejos posible. Para colmo, el año de su nacimiento, la perra rusa Laika había muerto por el stress y la alta temperatura en el espacio, mientras los soviéticos inventaban su leyenda. Pero Ham era un chimpancé y para colmo anestesiado, con lo cual no estaba en condiciones de atar cabos. El 31 de enero de 1961 no sólo viajó por el espacio, sino que además se dio el gusto de sobrevivir y, luego, olvidado, vivir hasta 1983 en zoológicos, comiendo galletitas que le tiraban los chicos e ignorando la fama que obtuvo de milagro. Criaturita de Dios.

(Publicado en la "Columna del editor" de La Razón, de Buenos Aires)