20 diciembre 2007

Dejen en paz al pobre Shakespeare


Por Humberto Acciarressi

"Declaración de Duda Razonable". Así, pomposa y casi científicamente, no hace mucho un grupo de actores británicos decidió reabrir el debate sobre quién escribió realmente las obras de William Shakespeare. De esa forma, el cisne de Stratford upon Avon -por lo menos el autor del famoso testamento en el que le deja su "segunda mejor cama" a su esposa y que tiene la única firma que se conoce de él- recibía post mortem otro duro golpe sobre su ya desaparecida cabeza. Las teorías sobre otras autorías de sus obras son casi legendarias, desde la reivindicación de Francis Bacon, pasando por Christopher Marlowe o Edward de Vere. Unos dijeron que fue un hijo ilegítimo de la reina Isabel, y otros fueron aún más allá.

Hay un excelente libro de Mark Twain, nunca reeditado desde hace casi un siglo, que lleva por título "¿Ha muerto Shakespeare?". En la obra, el escritor del Mississippi se suma a los que ponen en duda la identidad de Shakespeare, con la prosa irónica característica del autor de "El billete de un millón de dólares". Ahora, los cables informan que "The flower", el más difundido de los cuadros que retratan a mister William, sería falso. Dicho en criollo: en materia shakespereana, sobre llovido, mojado.

Ahora bien. Siete ciudades de la antigüedad se disputaban el lugar de nacimiento de Homero, quien tampoco habría sido un sólo hombre según el análisis de la Illíada y la Odisea. Por suerte, de Cervantes existen los suficientes documentos como para certificar que escribió el Quijote o las Novelas ejemplares, aunque en vida suya, Avellaneda haya fraguado su obra más famosa. ¿Tiene, entonces, importancia quien es realmente el autor de Hamlet, Macbeth o Sueño de una noche de verano, y si el retrato de su cara es falso? El autor de estas líneas no puede ni quiere contestar esta pregunta, que transfiere a los lectores.

"Somos de la misma materia de la que se tejen los sueños", escribió Shakespeare. Haya nacido donde haya nacido, sea cual sea su cara. La literatura, ese vasto sueño que hace más llevadera la vida de millones de personas, le debe uno de sus capítulos más hermosos. Sobre el zarandeo de la posteridad y vicios colaterales, puede decirse: Dejen en paz a Shakespeare.

(Publicado en La Razón, de Buenos Aires)