19 octubre 2006

Mata Hari, la más bella espía

Por Humberto Acciarressi

¿Nadie reclama el cadaver?, preguntó el soldado en la fría madrugada del 15 de octubre de 1917. No hubo respuesta. La mujer que yacía boca abajo sobre el pasto del bosque de Vincennes ni siquiera había necesitado el tiro de gracia para terminar de morir. A los pocos días, el cuerpo fue seccionado por estudiantes de medicina y lo que quedó fue tirado en una fosa común. Así comenzó a forjarse el mito de Mata Hari, la más bella y famosa de las espías que han tejido y destejido tramas en los entretelones de las guerras del siglo XX.

Margarete Gertrud Zelle nació en Holanda el 6 de agosto de 1876, hija de un vendedor de sombreros y una mujer vulgar -fallecida prematuramente- que no dejó huellas en la vida de la niña. Lo poco que se sabe de sus primeros años está distorsionado. Estudió en un colegio de Leyden, que abandonó trás hacerle perder la cabeza a un profesor, y apenas superado los quince se mudó con una tía a La Haya. El primer acontecimiento capital de su vida ocurrió en la adolescencia,cuando leyó el aviso de un capitán del ejército que buscaba novia. Margarete le envió unas líneas como excusa para mandarle una foto. Rudolph Mac Leod - un hombre burdo, diabético, reumático, calvo y sin patrimonio - quedó tan cautivado por esa belleza que le propuso matrimonio.

La boda se celebró el 11 de julio de 1895, tras lo cual la pareja viajó a las Indias Orientales, donde el marido se desempeñó como funcionario colonial y Margarete tuvo dos hijos de destino aciago: Norman y Jeanne. Al primero, cuando tenía dos años, lo envenenó una sirvienta, en venganza por una bofetada que recibió de su patrona. La segunda, paradójicamente, fue fusilada por espía décadas más tarde, cuando servía a los Estados Unidos en los prolegómenos de la guerra de Corea.

Cansada de los golpes de su marido, la señora de Mac Leod se embarcó sola hacia Francia. En plena Belle Epoque trabajó como modelo, hasta que un buen día se le ocurrió presentarse en sociedad escondida trás la máscara de una bailarina oriental: Mata Hari (en malayo "Ojo de la mañana"). La artista deslumbró al tout Paris con sus strip tease - fue la primera en realizar uno sobre el escenario - y con sus extravagancias. Aprovechando su fama y sus encantos, se dedicó a coleccionar amantes: funcionarios, militares, banqueros y aristócratas de diferentes nacionalidades. Veleidades del destino: con la guerra del 14, esas amistades la pusieron en la mira de varios servicios secretos.

El único hombre que Mata Hari amó realmente fue el oficial ruso Vadim de Masslov, por quien cometió el peor error de su vida: su encuentro con Pierre Ledoux, jefe de la inteligencia francesa. Fue él quien le ofreció servir como espía al servicio del país galo, lo que marcó el principio del fin. A partir de entonces la historia europea se confunde con su leyenda personal, pletórica de amores con agregados militares que le confiaban secretos de estado en la alcoba. En Inglaterra la consideraron una espía germana; en Alemania, una agente anglo-francesa. Y en realidad fue las dos cosas y ninguna: Margarete nunca fue más que una aprendiz de James Bond. Atrapada entre dos fuegos, un día triste fue acusada de traición al gobierno francés.

Confinada en una celda, el juicio se llevó a cabo a puertas cerradas. En plena guerra, los jueces ya había resuelto que el veredicto debía ser ejemplificador.En las primeras horas del 15 de octubre de 1917, Mata Hari llevó a cabo unas pocas actividades: se trenzó el pelo negro; se puso unas medias oscuras; se calzó unas zapatillas de tacones altos; y cubrió su kimono con una gran capa de terciopelo. Luego le escribió una carta, firmada con su nombre real, a su hija: "...dentro de dos horas habré muerto sin tener la oportunidad de volver a verte. Eras una niña cuando te dejé (...) eras todo lo que yo tenía, pero no te cuidé (...) La vida ha sido más fuerte que yo...". Ya no le quedaba sino esperar.

Antes de salir de la celda y subir al auto que la llevaría al bosque de Vincennes, se puso un sombrero de fieltro de ala ancha. "Ya estoy lista", musitó a los verdugos. En los segundos previos a caer fusilada se negó dignamente a que le ataran las manos y le vendaran los ojos. A las 5.47 am sonaron los disparos. El pelotón estaba integrado por tiradores expertos, de esos que no fallan. Excluyendo el de salva, de rigor, de los once tiros sólo tres impactaron en el cuerpo de Margarete. Da gusto pensar que nueve soldados se apiadaron de aquella pobre mujer que fue por la vida buscando amores y aventuras, y que terminó desangrada sobre el pasto de la campiña francesa.

(Publicado en la revista "Así")